Mamá tuberculosis

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Para llegar a los más de tres millones de personas que están afectadas por la tuberculosis pero no han sido diagnosticadas ni reciben tratamiento, el mundo necesita defensores comunitarios como Timpiyian Leseni, de la comunidad Masai en Kenya. Ella es una superviviente de tuberculosis abdominal. En 2012 desarrolló una protuberancia en el abdomen que desconcertó tanto a ella como a sus médicos. La afección adquirió tal gravedad que requirió una intervención quirúrgica que se prolongó durante seis horas y eliminó de sus intestinos gran cantidad de líquido.

Por desgracia, lo más difícil llegó cuando inició el tratamiento de la tuberculosis. Fue un proceso largo, agotador y nauseabundo. Timpiyian soportó inyecciones diarias durante el primer mes y la ingesta diaria de píldoras durante siete meses más. Mientras sufría el dolor causado por la tuberculosis decidió que dedicaría su vida a ayudar a su comunidad a luchar contra la enfermedad.

La comunidad Masai vive en aldeas con cabañas que tienen escasa o ninguna ventilación, lo que supone un fértil caldo de cultivo para la infección de tuberculosis. Consumen leche sin pasteurizar y carne y sangre crudas, un hábito que puede ser una fuente de tuberculosis.

Mientras se recuperaba, Timpiyian creó un grupo comunitario de médicos descalzos que caminan durante kilómetros para llevar a cabo tareas de seguimiento y localización de nuevos pacientes de tuberculosis. A esta organización comunitaria la llamó Talaku –que significa “dejarlos libres” en su lengua. Con sus compañeros trabajadores comunitarios, Timpiyian recorre caminos de tierra sembrados de rocas, sube colinas, desciende a los valles y atraviesa llanuras buscando a las personas que padecen tuberculosis.

En ocasiones siguen la pista de personas que han estado expuestas a la tuberculosis y a las que no se les han realizado pruebas. En otras ocasiones buscan a personas que empezaron el tratamiento pero lo abandonaron y las encuentran bebiendo alcohol en tugurios de pequeños pueblos, o en las profundidades del bosque, ya que los Masai se mueven a menudo de un lugar a otro en busca de pastos y agua para sus animales. El equipo de Timpiyian se traslada a pie o en mototaxis conocidos como boda. No siempre es fácil convencer a la gente que padece tuberculosis de que debe regresar al hospital.

La semana pasada Timpiyian encontró a dos hombres que habían abandonado el tratamiento. Uno de ellos dijo que estaba demasiado ocupado; el otro mintió diciendo que ya había terminado el tratamiento. Timpiyian sintió que no tenía más alternativa que dar aviso a las autoridades, quienes arrestaron a los dos hombres y los metieron en prisión hasta que hayan completado el tratamiento.

Cuando Timpiyian les dice a sus pacientes que deben recibir tratamiento, a menudo les cuenta que ella sufrió ese mismo dolor y perdió diez meses de su vida. Posee una calidez y una sabiduría que la han hecho acreedora a su apodo de “Mamá tuberculosis”. “Luchar contra la tuberculosis es mi vida”, afirma Timpiyian. “Es muy gratificante llegar hasta alguien que casi está muriendo y, seis meses después, ver que vuelve a caminar”.