Desde el frente: Etiopía

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Ashabar Abay sabe lo que es no tener casi nada y llegar a perderlo. En su deambular como mendigo por las calles de Addis Abeba (Etiopía), el cuenco que sostenía en su mano extendida al pedir limosna ya le parecía un claro signo de su pobreza. Pero lo cierto es que desconocía que aún no había tocado fondo. Por aquel entonces tenía una pequeña habitación donde se refugiaba después de pasar el día en la calle. Sentía que tenía una casa y un trabajo. Hasta que la tuberculosis apareció en su vida. Cuando añades una enfermedad como la tuberculosis a alguien con una pierna paralizada como Ashabar, el resultado es una persona afectada por una discapacidad grave. Al igual que otros millones de todo el mundo, dejó de valerse por sí mismo cuando la tuberculosis multirresistente se adueñó de su vida. Aquejado de la forma farmacorresistente de la tuberculosis, una amenaza que se está extendiendo rápidamente por el mundo, perdió su único medio de vida. «No podía conseguir el dinero del alquiler y el casero me echó», cuenta Ashabar.

Es posible que la de Ashabar no sea la típica historia sobre la tuberculosis pero sin duda transmite el dolor y la desposesión con que esta enfermedad puede golpear a los afectados. Abandonado a su suerte, Abay hizo acopio de las pocas energías que le quedaban, recogió unas bolsas de plástico y se hizo una chabola de cartón para vivir en la calle. En aquel momento, para diagnosticar la tuberculosis multirresistente se necesitaban más de seis meses, así que aun estando tan enfermo como estaba, no pudo ser ingresado en un hospital para empezar el tratamiento. Hoy en día, gracias al apoyo del Fondo Mundial, Etiopía dispone de nueva tecnología para detectar la tuberculosis y su forma multirresistente y los pacientes pueden ser diagnosticados en tan sólo dos horas. Los medicamentos son costosos. Pero una vez ingresado en el Hospital St. Peters de Addis Abeba, recibió la medicación necesaria suministrada por el Ministerio de Sanidad a través de una subvención concedida por el Fondo Mundial. «Llegué aquí porque un grupo de amigos me trajeron. Yo no podía, estaba al borde la muerte». Después de siete meses de tratamiento, Ashabar vio cómo su vida había cambiado completamente. Todavía no sabe si regresará a las calles de Addis Abeba o encontrará la manera de volver a Gondar, a unos 500 kilómetros al norte del país, donde vivió hace tiempo. Pero lo que sí siente es un gran optimismo sobre su salud. «Ahora estoy casi curado. Puedo buscarme la vida», concluye.