Martha, una historia de supervivencia en Sudán del Sur

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Desde diciembre de 2013, una nueva escalada de violencia está provocando un enorme sufrimiento entre la población civil de Sudán del Sur, dónde casi 4 millones de personas dependen de la ayuda humanitaria para poder sobrevivir.


“No sé dónde está el resto de mi familia. Todos huyeron en diferentes direcciones cuando empezaron los tiroteos”, cuenta Martha Nyandit, una mujer de 42 años, que llegó con sus seis hijos con edades entre 1 y 14 años a principios de enero al campo de desplazados de Mingkaman. Huían de los enfrentamientos de Bor, una de las ciudades que se disputan los defensores del Gobierno y los rebeldes desde diciembre pasado.

Mingkaman es el mayor campo de desplazados de Sudán del Sur. Acoge hoy a casi 100.000 personas que, como Martha, llegan en busca de seguridad y alimentos. Y su número no deja de crecer. Antes de comenzar el conflicto, en Mingkaman vivían unas 7.000 personas. En el último mes, ese mismo número llega cada semana. Esta vasta extensión de terreno al lado del río Nilo, está repleta de improvisados hogares temporales.

Los que llegan aquí lo han perdido todo por el camino. A Martha le quemaron la casa. Perdió sus pertenencias y sus recuerdos. Poco después de llegar al campamento también supo que había perdido algo irrecuperable: su marido. “A nadie le gustan las guerras. A mí me han matado el marido y voy a tener que criar sola a mis seis hijos. No será fácil”, suspira.

En Sudán del Sur, miles de personas han muerto y más de un millón han tenido que huir de sus casas desde que empezó el conflicto entre las tropas que respaldan al presidente sursudanés, Salva Kiir, de la etnia dinka, y los soldados leales al exvicepresidente, Riek Machar, de la etnia nuer. Unos enfrentamientos que han reactivado las viejas tensiones entre ambas etnias y que castigan, sobre todo, a la población más vulnerable: las mujeres, los ancianos y los niños.

“Nos escondimos en el agua”

Martha tiene el gesto severo, las facciones marcadas, y su mirada se endurece cuando trata de describir el suplicio por el que ha pasado. “Unas cuantas familias escapamos hasta el río y nos escondimos en una pequeña isla llamada Magok. Estuvimos cinco días sin comer”, cuenta. “Escuchamos tiros y corrimos hacia los juncos donde no nos podían ver. Los soldados empezaron a dispararnos entre las cañas». Kuol, uno de sus hijos, de 11 años de edad, resultó herido por los disparos: una bala le rozó el tobillo. “Tuvimos mucha suerte. Varias personas murieron en ese momento”.

Entonces, la mujer explica que en ese momento esconderse en el río era la única opción para salvar sus vidas. Con el agua hasta el pecho cuenta que estuvo durante un día con uno de sus hijos en la espalda, el bebé colgado alrededor de su cuello y otro flotando en su brazo. Los otros, más mayores, se escondieron por su cuenta.

“Ahora dormimos debajo de un árbol”

Finalmente, tras un desesperado periplo de 17 días por el río Nilo, Martha y los suyos consiguieron llegar a Mingkaman. Había perdido las 300 libras sursudanesas (50 euros) que consiguió llevarse de su casa. “Al llegar llevábamos puesta la misma ropa que el día que huimos de nuestra casa, relata.

“Duermo con mis hijos e hijas debajo de un árbol y no tengo ni siquiera un plástico con el que cubrirme”, se lamenta esta mujer que no alcanzó a recibir una tienda como otros desplazados a este campamento. Pero no tiene otra alternativa. “Aquí al menos estamos seguros”, concluye.

La inseguridad provocada por la guerra y la temporada de lluvias que bloquea los accesos por carretera dificultan enormemente el trabajo humanitario. A ello hay que sumar la falta de fondos. Naciones Unidas ha pedido a la comunidad internacional 921 millones de euros para responder a esta emergencia, pero los fondos no están llegando al ritmo necesario para atender a la población.

El Programa Mundial de Alimentos (PMA) está proporcionado ayuda alimentaria a más de 500.000 personas en todo el país. Empezó distribuyendo alimentos en los campamentos que la ONU tiene en las principales ciudades, pero actualmente está tratando de llegar y ayudar a las personas que han huido a otros lugares, como Mingkaman, debido a las enormes necesidades que hay que cubrir.

Es el caso de Martha que una vez al mes recibe sorgo, lentejas, aceite y sal en el punto de distribución de comida. Con eso hace lo imposible para que sus hijos coman dos veces al día, una vez por la mañana y otra por la tarde.

Pero a veces no le llega ni para eso. Entonces divide las raciones en dos y ella solo come una vez al día. Por suerte, cuenta además con el apoyo de las familias vecinas que llevan tiempo instaladas en este extenso descampado. “Cuando se me termina la comida, voy a alguna de mis amigas y le pido si nos pueden prestar un poquito para sobrevivir”.

Un pasado que ya no volverá

Y es que Martha antes tenía una vida normal. “Éramos felices porque los árabes nos habían dejado ser un país independiente. Teníamos la esperanza de que la guerra había terminado para siempre”, recuerda esta mujer que vio cómo en 2005 se firmaba la paz entre el norte y el sur, poniendo fin así a la guerra más larga de África, que duró 50 años.

“Tenía dos casas que había construido junto con mi marido, cabras y vacas con las que mantenernos” enumera. Ahora depende de otras mujeres para poder cocinar y alimentar a sus hijos. No tiene utensilios de cocina. “Tengo que esperar a que las otras mujeres terminen de cocinar para que me puedan prestar sus cazos de cocina porque yo no me los puede llevar”, explica.

Además, las familias recién llegadas a Mingkaman no han podido sembrar antes de que llegaran las lluvias. Tampoco lo han podido hacer casi un millón de sursudaneses que han tenido que abandonar sus hogares por culpa de la violencia. Eso significa que en septiembre no tendrán nada para recoger. Según la ONU, 7 de los 10 millones de habitantes del país africano sufrirán inseguridad alimentaria a finales de este año si no se actúa a tiempo.

“Cuando llueve nos tenemos que ir a otro lugar. Además, el suelo queda mojado y es difícil dormir en estas condiciones”, explica preocupada Martha. Lamentablemente, como miles de personas en su país, solo puede esperar. “No puedo volver a mi casa porque me matarían. Solo me queda quedarme aquí, bajo la lluvia”.

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