Huertos urbanos: revolución silenciosa

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La agricultura urbana y periurbana permite maximizar la producción de diversos productos agropecuarios (especialmente hortalizas y frutas frescas) en espacios no utilizados en las ciudades y sus alrededores. Esto puede disminuir la huella ecológica, aminorar la pobreza (generando recursos y empleo), contribuir a la seguridad alimentaria y nutricional, proporcionar productos no tradicionales (como medicinas o especias), reciclar desechos (para la nutrición de plantas y animales) y eliminar terrenos baldíos que podrían terminar como basureros. Asimismo, permite reducir la distancia entre productores y consumido- res y consecuentemente bajar precios y solucionar problemas de desabastecimiento.

Una investigación realizada por la Fundación Británica de Nutrición determina que actualmente los niños saben poco del origen de los alimentos, y aunque es un estudio desarrollado en el Reino Unido, posiblemente es lo que ocurre en mayor o menor medida en cualquier país industrializado del mundo. Algunos ejemplos son bastante evidentes y un grupo de niños llega a creer que el pan, el vino y la pasta (macarrones, tallarines, etc.) se obtienen de los animales.

Si al desconocimiento de los más jóvenes aña- dimos que las tradiciones agrícolas en la ciudad se pierden cada vez más, que la alimentación es una de las cinco categorías: alimentación, vivienda, transporte, bienes de consumo y servicios, que contribuyen al incremento de la Huella Ecológica, debemos poner los huertos urbanos en el lugar que se merecen. Huyen de la corriente productivista, se pueden encuadrar dentro del movimiento Slow Food, defienden la agricultura de proximidad y ecológica y, según la FAO, “proporcionan alimentos frescos, generan empleo, reciclan residuos urbanos, crean cinturones verdes, y fortalecen la resiliencia de las ciudades frente al cambio climático”.

La agricultura urbana según el Catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid, Julián Briz, no es una moda, viene para quedarse, es la “revolución silenciosa”. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, define la agricultura urbana y periurbana (AUP) como “el cultivo de plantas y la cría de animales en el interior y en los alrededores de las ciudades. La agricultura urbana y periurbana proporciona productos alimentarios de distintos tipos de cultivos (granos, raíces, hortalizas, hongos, frutas), animales (aves, conejos, cabras, ovejas, ganado vacuno, cerdos, cobayas, pescado, etc.) así como productos no alimentarios (plantas aromáticas y medicinales, plantas ornamentales, productos de los árboles). La agricultura urbana y periurbana (AUP) incluye la silvicultura —para producir frutas y leña—, y la acuicultura a pequeña escala”.

REVISIÓN HISTÓRICA
Para entender el papel actual de la agricultura urbana, debemos hacer una revisión histórica de sus funciones y características en la ciudad occidental, estudiando los motivos de su implantación, su sentido, evolución y potencialidades. Según la arquitecta urbanista, Nerea Morán Alonso y el Doctor Arquitecto por la Universidad Politécnica de Madrid, Agustín Hernández Aja, en su artículo “Historia de los huertos urbanos. De los huertos para pobres a los programas de agricultura urbana ecológica”, “los momentos de mayor auge de la agricultura urbana están ligados a crisis económicas y energéticas, que obligan a recurrir a ella para asegu- rar el autoabastecimiento”. Pablo Llobera de la Red de Huertos Urbanos de Madrid (RHUCM) en su artículo “La horticultura urbana comunitaria en Madrid: una realidad social emergente”, coincide y señala que “el fantasma de la dependencia agrícola de las ciudades, conjurado en tiempos de bonanza económica, reaparece cíclicamente en los tiempos de crisis”.

La agricultura urbana germinó en los inicios de la ciudad industrial del siglo XIX, al cumplir funciones de subsistencia, higiene y control social. En países como Gran Bretaña, Alemania o Francia las autoridades locales y las grandes fábricas se vieron obligadas a ofrecer terrenos a los trabajadores para completar sus recursos y mejorar las condiciones de vida en los barrios obreros.

Los Huertos para Pobres (poor gardens), surgidos en la ciudad industrial del XIX y principios del XX, cumplían básicamente funciones de subsistencia, salud y estabilidad social, y se concebían como elementos que aliviasen las condiciones de hacinamiento, insa- lubridad y falta de recursos en los barrios obreros. Comenta el portavoz de RHUCM que la primera asocia- ción de hortelanos surgió en 1864 en Leipzig.

En Gran Bretaña las primeras leyes (Allotments Act, 1887 y 1908) que regulan los huertos obligaron a Iglesia y autoridades locales a proporcionar a los obreros terrenos para el cultivo. Sin embargo se establecen distintas medidas para evitar que los huertos se conviertan en una alternativa al trabajo asalaria- do, controlando el tamaño, el tiempo de dedicación y prohibiendo la venta de la producción, que sólo podrá destinarse al autoconsumo.

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