La casa parecía crujir, en escasos segundos, en varias paredes, aparecieron grietas estructurales, y la cama parecía una barca en medio de una tempestad. Debió de ser apenas un minuto, pero nos parecieron varias horas. Con lo puesto, salimos corriendo a la calle, una calle ya blanca de los cascotes de casas destruidas, una calle donde sólo se oían gritos y lamentos y se percibía el pánico.
Cuando empezaron a aparecer noticias más o menos fiables, supimos que el terremoto había pegado fuerte en Puerto Príncipe, y que Jacmel, donde nos encontrábamos y donde hubo un 40% de destrucción de infraestructura, estaba muy lejos del epicentro. Aún así, en las sucesi-vas réplicas, en la tercera en concreto, el epicentro se situó a unos 27 km de la ciudad, acentuando la destrucción y las pérdidas. Haití, ya de por sí bruscamente golpeado por la miseria y el desgobierno, sufr-ía ahora un seísmo que costó casi 300.000 vidas. Carreteras, comunicaciones, instalaciones de agua, escuelas, centros de salud, cosechas … un golpe que tardaría muchos años en curar.
Quedaba todo por hacer. Y hoy, cinco años des-pués, a pesar de las múltiples promesas, de la ayuda recibida, aún pueden verse huellas y re-fugiados en sus aldeas más próximas. Entonces quedaba todo por hacer: desescombrar, instalar refugios, recuperar redes sanitarias, distribuir agua y contar sus muertos. Hoy, todavía, a pe-sar del olvido de algunas instituciones y del es-fuerzo realizado, también queda mucho