Por Thomas Nybo
La vida de Agustín Leandro, de 13 años de edad, gira en torno a la mina. Vive en una choza justo a la entrada de la zona conocida como mina de Cerro Rico, en la ciudad de Potosí, donde ha trabajado dos duros años excavando en busca de oro, desde los nueve años de edad.
Por entonces, los mineros mayores solo le pagaban el equivalente a tres dólares por día, así que lo dejó y ahora, en lugar de trabajar como minero, trabaja como guía de grupos que visitan la mina.
Cerro Rico está considerada una de las minas más peligrosas del mundo. Funciona desde hace más de 400 años y en su momento llegó a ser el más rico suministro de plata en América.
«No hay muchos niños trabajando aquí, es demasiado peligroso”, dice Agustín. “Para conseguir mineral necesitas bajar a mucha profundidad en la mina. La mayoría de los chicos trabajan en minas que son menos profundas y más fáciles».
Un estudio conjunto de UNICEF, El Instituto Nacional de Estadísticas y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) averiguó que había aproximadamente 7.000 niños trabajando en las minas de oro y plata de las ciudades bolivianas de Potosí, Oruro y La Paz.
El Ministerio de Trabajo de Bolivia ha categorizado las minas como una de las peores formas de trabajo infantil, debido a su impacto en la salud de los niños y en el acceso a la educación. Reducir el trabajo infantil forma parte del logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de reducción de la pobreza, acceso universal a la educación, VIH/SIDA e igualdad de género.
Condiciones peligrosas
Dentro de la mina, el ambiente es claustrofóbico y el aire, pobre. Cuando reparte los turnos, Agustín distribuye lámparas para colocar en la cabeza y cascos de plástico a cada miembro del grupo, antes de guiarles hacia la oscuridad.
En sus visitas guiadas, Agustín se para en un santuario, donde los mineros piden a un dios llamado Tio Jorge protección contra los accidentes. También dejan obsequios como cigarrillos y alcohol, esperando que Tío Jorge responda llevándoles directamente hasta los más ricos minerales de la montaña.
Uno de los niños que trabajan en la mina es Santiago, el hermano de Agustín, que tiene 15 años. Él utiliza su pequeño cuerpo para llegar a los lugares que son demasiado estrechos para los mineros mayores. Rompe la roca y empuja el oro, a través de una brecha, hacia uno de los mineros mayores que espera debajo, en la galería principal del pozo, con una vagoneta.
Cuando la vagoneta está llena, lo empujarán hacia atrás y adelante, a través del estrecho túnel que conduce al mundo exterior. Entonces, Santiago sacará con una pala el contenido de la vagoneta, para que sea recogido por un camión. Es parte de un duro ciclo que repetirá a lo largo de todo el día. El trabajo es implacable.
Santiago y Agustín viven en una choza que hay justo a la entrada de la mina, junto a sus hermanas y a veces su madre, quien con frecuencia los deja para ocuparse de los cultivos en una granja lejana. Ninguno de ellos va a la escuela. Como muchos mineros que trabajan en las minas mucho tiempo, su padre murió por una enfermedad pulmonar. Aquellos que han vivido y trabajado cerca de la mina durante años dicen que la esperanza de vida de un minero aquí es de unos 40 años.
Combatir las causas del trabajo infantil
“La pobreza y la desintegración familiar son dos de las causas más comunes del trabajo infantil en las minas», dice Sandra Arellano, Oficial de Protección Infantil de UNICEF en Bolivia. El gobierno boliviano, con el apoyo de UNICEF, ha anunciado recientemente nuevas medidas para proteger a los niños de la explotación laboral.
“Hay bonificaciones por asistir a la escuela con regularidad. Es una contribución a los ingresos de la familia para cubrir el coste de los materiales educativos, que indirectamente previene el trabajo infantil», explica Arellano.
A pesar de ello, Agustín no puede imaginar un futro sin la mina. Es la fuente de ingresos que mejor conoce. «En algunos años habrán pasado un montón de turistas, así que podemos hacer mucho dinero. Por ejemplo, un día quizás podamos hacer dos o tres visitas guiadas».
Añade: «Si eres médico, puedes ponerte enfermo, además de que no hacen mucho dinero en Bolivia. Y los profesores, hay toda clase de normas que los mantienen atrás. Pero yo, si hago unos cuantos viajes a la mina, puedo hacer mucho dinero».
Para Agustín y Santiago, la vida en la mina es todavía el rostro de la oportunidad por el momento. Cuando la tarde se pone, Santiago oye su llamada y empuja la vagoneta hacía el interior de la mina, una vez más.
























